domingo, 20 de noviembre de 2011

S - 2


Sucesión de secuencias como anuncios de televisión: cortarme el pelo (me siento en la hierba, aparece un jardinero con sus tijeras de podar y recorta mi cabellera, luego deposita unas cuantas hojas secas, le pregunto si es Eduardo Manostijeras y dice que sí), las fotos de la niñez en el parque (era obligatorio guiñarle un ojo al sol y torcer el gesto, por eso en todas las fotos tengo el ceño fruncido, tendrían que haberme fotografiado en un día nublado), el miedo a las avispas (el mundo es un avispero), la serpiente que trepaba por la pared aquella tarde a la hora de la siesta (los gritos, ¡una víbora, una víbora!, de las señoras de la familia, pusieron mis expectativas en tan alto lugar que aquella pequeña sierpe me pareció una amenaza insignificante), la antigua cortadora de césped (y el rastrillo peinando el reluciente rasurado, un poco de agua y a buscar bichitos interesantes), teñirme el pelo (y acabar olvidando cuál era el verdadero color, cuando ya no haya color)… La elegante y precavida dama que invadió la habitación 414, saca de su elegante bolso una minúscula linterna, no enciende ninguna luz. La mujer argentina le ha indicado al taxista, en un básico italiano, el nombre de un restaurante-bar del centro de Roma. El inglés piensa en la llamada que hará al día siguiente por la mañana, mientras toma una porción de tiramisú que da envidia. Los chicos tan parecidos no paran de discutir entre ellos. La esposa italiana, les dice que ya está bien, que dejen de discutir y recojan la mesa. Querida, darling, dice el inglés, dónde has comprado el tiramisú, está delicioso. Caro, lo hice yo, dice ella, al tiempo que hurga en el bolsillo de su bata y encuentra el ticket de la compra. Tiramisú… euros. Total, 25 euros. A veces hablas de sueños con la gente y algunos dicen que vuelan con frecuencia en los suyos. No parece tan fácil. Creía que no era un sueño tan normal. Soñar que aterrizas no es tan interesante, en realidad lo apasionante es despegar, despegarse del suelo. Esa soportable levedad del ser. Recuerdo, ahora, mientras veo a una paloma picoteando un resto seco, de algo que parece comida después de haber sido rumiada:  La insoportable levedad del ser es de obligatoria relectura, me regalaron el libro, comencé a leerlo con entusiasmo y, alrededor de la página cincuenta, aparecían páginas en blanco. Revisé minuciosamente todo el libro y el fallo se repetía hasta el final. Lo leí igualmente, pero sigo notando la carencia de aquellas páginas. Un viaje fallido. Algo así como despegar, volar hasta el destino deseado y tener que regresar sin pisar la pista de aterrizaje por mal tiempo. No, en realidad, es como si llegaras, subieras a la habitación del hotel y cuando te has cambiado, te dispones a hacer tu primera salida, suena el teléfono y alguien te comunica que debes regresar de inmediato por alguna nefasta razón. Sería distinto si el viaje fuese hacia el camposanto y en mitad del camino se descubriera que el fallecido no lo está y por tanto el entierro no tendrá lugar. Pero estas tonterías a esa paloma que picotea concienzudamente la comida regurgitada, no le importan en absoluto. Sólo a mí se me ocurre pensar en páginas en blanco sentada en este banco de la plaza. Miraré hacia el cielo. No ha pasado ningún avión.

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