Cierro los ojos y respiro profundamente. En este rincón han regado hace poco, huele a tierra mojada y a hierba recién cortada. Querría pensar en otra cosa, sin embargo la imagen que surge es la del cementerio. Aquel día olía a tierra mojada y a hierba recién cortada. Una niñita negra corre en puntillas sobre la hierba, alrededor de un arbusto mucho más alto que ella. Tiene unos dos años, va vestida con una camiseta de tirantes de color rosa oscuro y unos pantaloncitos cortos rojos. Ríe. Se enreda en las ramas del arbusto y ríe, inicia de nuevo la carrera y desaparece detrás del arbusto. No veo a quien está con ella. Pasa un helicóptero de color blanco, es como si retumbara la tierra, la magia de la vegetación se rompe. Por alguna razón, bastante lógica, esos aparatos me llevan a pensar en insectos que pican. Sucesión de secuencias como anuncios de televisión: cortarme el pelo, las fotos de la niñez en el parque, el miedo a las avispas, la serpiente que trepaba por la pared aquella tarde a la hora de la siesta, la antigua cortadora de césped, teñirme el pelo… ¿Los has sentido? Sí, pero no siempre es así, supongo que este piloto tiene un estilo de descenso propio. Siempre es así, tonta, tú es que vuelas poco. En avión sí. Me paso el día pensando en volar, tendrían que haberme crecido alas, pero en avión he viajado poco. A mí me encantan los pilotos que consiguen un saltito minúsculo al tomar tierra. ¿Un saltito? El tren de aterrizaje -por cierto, curioso nombre-, las ruedas, toca la pista, rebota y luego se desliza hasta que el avión se para. Eso me parece peligroso, un pájaro de este tamaño no debería dar saltitos como si fuera un jilguero. La elegante dama espera hasta que se cierran las puertas del ascensor llevándose a la mujer argentina y acelera sus pasos hasta detenerse ante la habitación 414. Mira hacia ambos lados del pasillo, saca de su bolso una tarjeta, la introduce en la ranura y entra en la habitación. Precavida, se acerca a la ventana, aparta unos centímetros la cortina y, al cabo de unos minutos, ve salir del hotel a la mujer argentina. Espera en la acera, minutos después llega un taxi, que ha debido pedir en recepción, sube y se va. La dama suelta la cortina y permanece en la oscuridad, sin moverse, unos minutos más, como si tuviese que pensar el siguiente paso. O quizás espera a que sus ojos se acostumbren a la penumbra. Olvidé por completo a Penélope durante unos días, no sé cuántos. La recordé nuevamente la última vez que subí a tomar café a la terraza. Ni rastro de ella, desconectar el riego automático no sirvió para que se asentara y tejiera. Habrá decidido tejer en otra terraza. Pasaban dos aviones en línea recta y perpendicular a mi posición, iban en sentido contrario. La distancia entre ambos parecía pequeña. Desde el aire, las carreteras que unen las urbanizaciones parecen hilos engarzando medallones... Noche elástica de un tiempo aterido, vierte su líquido dorado, exhala y toca el hielo agazapado. El suelo despierta.