El Imperio Romano fue tan importante como para merecerse el dicho. ¿Quién no lo dijo alguna vez? Todos los caminos llevan a Roma. No es cierto, claro. Siga la flecha, centro urbano, parking a mil metros, gire a la izquierda… Una flecha sin leyenda, ¿significa siempre una sorpresa agradable? De esto, entre otros debería rendir cuentas Cupido. Pero aunque te detengas los aviones siguen pasando. No saliste, no buscaste la flecha ni la sorpresa: esa calle de siempre vista con una emoción distinta o simplemente con emoción.
Aparte, si el inciso (la incisión en el tiempo, cuando los relojes están heridos) fue excesivo, habría que mantenerse en el aire, no subir ni bajar, permanecer en suspensión como el humo. Una tarea difícil, sigo sintiendo asombro ante esa capacidad de las aeronaves y envidia de las aves.
Cómo salvarse del naufragio que significa tener las alas rotas, las habitaciones cerradas, las llaves perdidas, los sueños oscuros…
Alguien cierra el puño. No golpea. No lo abre, como el latido. Y los días se vuelven pacientes afiebrados detrás de las trincheras. Sólo había que permitir el paso, la mirada, la voz…
A la ventana que no se asoma nadie, le cuesta el cortinaje para evitar un sol de mediodía. Hasta los pájaros han escondido sus nidos. Aún así las plazas se disfrazan de alegría protegiendo la inocencia de los niños. Lo que flota dentro de la fuente pasa desapercibido.
En este escenario, donde ya ni siquiera se riegan las macetas, Penélope desapareció con sus tejidos inútiles. En aquella habitación como caída del cielo, la imagen quedó congelada en medio del tórrido verano, a pesar de que allí comenzaba un otoño.
La razón de la sinrazón es una guerra camuflada. Yo ya me puse un espejo a la espalda y otro enfrente con el fin de comprobar que no tengo una manivela detrás. Por un momento se me ocurrió pensar en que podría haberme convertido en un juguete al que se le han agotado las pilas. Y dejé de pasear. Me senté a pensar. Después barrí y no sirvió de nada.
Los aviones siguen pasando y no voy en ninguno. Subir no, mantenerse en el aire.
O sea, no caer en picado.
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